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Esperar a Europa es esperar cien años. Cómo la UE busca su lugar en el nuevo mundo

Es evidente que la principal dirección estratégica de la UE (en alianza con el Reino Unido) hoy debe estar enfocada, ante todo, en lograr autonomía en materia de seguridad. Esto implica tanto la producción de armamento, como la preparación de ejércitos capaces de combatir y la creación de nuevos centros de mando, ya sea dentro de la OTAN o de forma paralela, pero al mismo tiempo mantener la estabilidad política y económica en Europa. Todo esto representa una tarea compleja, ya que los ciudadanos europeos desean continuar con una vida pacífica, disfrutando de numerosas garantías sociales y sin renunciar a su estilo de vida habitual.

Entre los principales eventos políticos del último mes destacan dos cumbres, la del G7 y la de la OTAN, así como el rápido y efectivo ataque de Israel contra el programa nuclear de Irán, al que en el momento oportuno se unieron Estados Unidos para asestar un golpe decisivo. Sobre el grado de daño hay discusiones; varios expertos consideran que Irán podría reanudar pronto los trabajos en su proyecto nuclear. Sin embargo, el poder militar exhibido por Israel y Estados Unidos causó una gran impresión.

En este contexto, los líderes europeos no parecían muy convincentes. La cumbre del G7 en Canadá fue tensa y caótica, ya que Donald Trump la abandonó antes de tiempo por asuntos más importantes. Intentando evitar un escenario similar en la cumbre de la OTAN en La Haya, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, proferió varios mensajes elogiosos en honor al presidente estadounidense, alabando su determinación y sabiduría. Quizá estos esfuerzos dieron fruto e influyeron en la buena disposición de Trump durante su estancia en La Haya, pero la prensa europea no escatimó críticas hacia sus líderes políticos, que aceptaron papeles secundarios dudosos en el beneficio de la estrella principal desde Washington.

Si solo se tratara de desacuerdos protocolares y expresiones desafortunadas, estos malentendidos no merecerían atención. Lo peor es otra cosa:

podría parecer que los europeos volvieron a sumergirse en sus discrepancias internas, y las señales de desacuerdo causaban más preocupación que las declaraciones extrañas individuales.

Por ejemplo, Emmanuel Macron llamó constantemente a un alto el fuego y a la paz en Oriente Medio y, en particular, vinculó la salida repentina del presidente estadounidense de la cumbre del G7 con la preparación de negociaciones, por lo que Donald Trump lo calificó burlonamente de confundido que «siempre se equivoca». Al mismo tiempo, el canciller alemán Friedrich Merz, por el contrario, saludó los ataques de Israel contra Irán, calificándolos como «trabajo sucio» hecho «por todos nosotros». En la cumbre de la OTAN, todos los participantes se felicitaron mutuamente por la intención de aumentar el gasto en defensa hasta el 5% (de los cuales, sin embargo, 1,5% para infraestructura), pero el primer ministro español Pedro Sánchez consideró tal derroche imposible, lo que de inmediato provocó la ira y amenazas de Trump hacia él.

Estas circunstancias permitieron volver a hablar de una nueva «puesta de sol de Europa», que no puede convertir su potencial económico, humano e histórico en poder político y, por lo tanto, está condenada a perder frente a jugadores más decididos y enfocados en un mundo cambiante. Esta visión es bien conocida, pero quizá no toma en cuenta algunos factores importantes.

Guerra comercial

La impresión de las cumbres del G7 y la OTAN fue, en efecto, desfavorable para los europeos. La primera puede considerarse un fracaso, si no un desastre, ya que Trump mostró abiertamente falta de interés en discutir la agenda y su habitual desprecio por los aliados, expresado en su salida prematura. Por eso el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, decidió hacer todo lo posible para evitar un escenario similar en La Haya.

Foto grupal de los participantes en la 51ª cumbre del «Grupo de los Siete», Cananskis, provincia de Alberta, Canadá, 16 de junio de 2025. Foto: Simon Dawson / No 10 Downing Street / CC BY 4.0

El conocimiento profundo del carácter peculiar del actual presidente estadounidense permitía esperar de él cualquier declaración, según su humor, incluyendo la negación del artículo 5 del Tratado y la revisión del papel de EE.UU. en la Alianza. Sin embargo, ahora que la guerra continúa en Ucrania, en Europa persisten riesgos de escalada militar con Rusia y los países europeos comienzan a lanzar programas de rearme y fortalecimiento de sus ejércitos, un escándalo en la OTAN sería extremadamente indeseable. No solo por la pérdida de imagen o el ánimo negativo en el Kremlin, sino, sobre todo, por la necesidad de reestructurar la Alianza sobre la marcha y con urgencia. En la OTAN depende demasiado de los estadounidenses, incluso a nivel técnico y organizativo.

Por otro lado, para los europeos era muy importante recordar a Trump la problemática de la guerra en Ucrania, algo que podría lograrse con un encuentro personal entre presidentes. En Canadá, en la cumbre del G7, no tuvo lugar; en La Haya se logró organizar la llegada de Zelenski y su breve diálogo con Trump, que puede considerarse un éxito táctico relativo.

Encuentro de líderes de la Alianza con Volodímir Zelenski en los pasillos de la cumbre, 25 de junio de 2025. Foto: Simon Dawson / No 10 Downing Street / CC BY 4.0

De una forma u otra, en el comunicado final hay un punto sobre el compromiso de las partes con el artículo 5 del Tratado de la OTAN(8), y el comportamiento del presidente estadounidense, descontando sus ataques a la desobediente España, parecía bastante pacífico. Pero pocos días después, en Washington anunciaron la suspensión de la ayuda militar a Ucrania, y esta decisión confirmó nuevamente la inutilidad de los esfuerzos para lograr acuerdos firmes con la actual administración estadounidense.

Sin embargo, fuera del alcance de las dos cumbres, existía una cuestión mucho más importante que las sonrisas protocolares de los líderes políticos. Se trata de las negociaciones sobre un nuevo acuerdo comercial entre la UE y EE.UU.

Como es sabido, el presidente Trump es un firme defensor de aplicar altos aranceles a los productos importados a EE.UU. Considera el déficit comercial como un robo a plena luz del día y no distingue entre aliados y países menos amistosos. No es de extrañar que en apenas unos meses haya anunciado la imposición de aranceles a productos de la UE, luego haya cancelado algunos y después congelado la mayoría hasta el 9 de julio, cuando se espera la conclusión de las negociaciones sobre un nuevo acuerdo comercial. Ese plazo se acerca, pero se sabe que las contradicciones entre las partes son muy grandes.

La situación se complica por el hecho de que solo la UE y China, con economías comparables en tamaño a la de EE.UU., podrían, si quisieran, escalar los aranceles con Washington, pero prefieren negociar con Trump mientras sea posible para evitar los peores escenarios.

Es evidente que nadie en la UE desea una guerra comercial con EE.UU., pero Bruselas comprende bien tanto las ventajas de su posición, incluyendo un mercado único con 450 millones de consumidores solventes, como sus debilidades.

El problema de la posición negociadora de la UE es que el interés de los distintos países europeos en el mercado estadounidense no coincide.

Por ejemplo, Alemania exporta a EE.UU. sus automóviles, mientras que Francia lo hace con coñac y champán, y si Washington impone altos aranceles a un grupo de productos y deja otro en una posición más privilegiada, puede provocar una división en las filas europeas. La UE es un sujeto económicamente fuerte solo gracias a su unidad, lo que entienden bien en las capitales europeas. Por eso no hay que dar demasiada importancia a las imágenes de las cumbres, que no significan ni acuerdo europeo con el dominio estadounidense ni renuncia a proteger sus propios intereses. Se trata solo de una maniobra táctica, cuya conveniencia, por supuesto, puede ser discutida.

Irán y Ucrania

La cierta pasividad de Europa en los asuntos de Oriente Medio, así como la disparidad de voces entre los líderes europeos respecto a las acciones de Israel, puede interpretarse como una especie de «retirada de la historia», una cesión de posiciones anteriores a nuevos y más jóvenes y decididos aspirantes. Sin embargo, también es posible una visión pragmática: Europa entiende que esta «no es su guerra». Todos coinciden en que Irán no puede aspirar a poseer armas nucleares y debe adherirse a las disposiciones del tratado de no proliferación y colaborar con el OIEA. Por lo demás, algunos, como Macron, pueden llamar a negociar y temer las consecuencias de la escalada, y otros, como Merz, pueden felicitar a Israel por un trabajo bien hecho; eso solo importa como posición local de ciertos países en sus relaciones bilaterales con Israel, el mundo árabe o Irán.

Pero la situación con Ucrania es muy distinta. Muchas circunstancias determinan una actitud diferente hacia esta guerra, que se desarrolla en Europa, muy cerca de las fronteras de la UE. El agresor es Rusia, históricamente percibida en Europa del Este como una amenaza directa, y hay razones sólidas para esos temores. Del presupuesto general de la UE(10), así como de los presupuestos individuales de los países de la UE, ya se han destinado cientos de miles de millones de euros para apoyar a Ucrania y ayudar a los refugiados. EE.UU. intenta distanciarse de los problemas del Viejo Continente en general y de la ayuda a Kiev en particular, dejando esas preocupaciones en manos de los europeos, lo que no genera objeciones de fondo, pero obliga a reorientar rápidamente la economía europea hacia un modo más militar.

La derrota de Ucrania significaría para Europa no solo la aparición en sus fronteras de un ejército bien armado, con experiencia de combate fresca y sabor a victoria, sino también la necesidad urgente de construir un nuevo sistema de seguridad, teniendo en cuenta tanto la amenaza rusa como la poca fiabilidad de los aliados estadounidenses.

En estas condiciones, no es de extrañar que los europeos no estuvieran deseosos de intervenir en el conflicto en torno a Irán, prefiriendo concentrar esfuerzos en el complejo nudo de negociaciones con EE.UU. y en continuar apoyando a Ucrania ante la incertidumbre de la posición estadounidense.

Se puede destacar aparte la inesperada conversación telefónica entre los presidentes Macron y Putin, que no se habían comunicado en casi tres años. Según los escuetos informes oficiales, las partes discutieron Irán y Ucrania, pero solo reiteraron sus posiciones conocidas. En este caso no queda muy claro por qué la charla duró dos horas, y más aún, por qué el presidente ruso, que con tanta frecuencia hablaba de los europeos en tono condescendiente, negándoles subjetividad frente a EE.UU., siquiera contestó la llamada.

Vladimir Putin y Emmanuel Macron durante un encuentro en el Kremlin, 7 de febrero de 2022. Foto: kremlin.ru

En realidad, mucho depende de la posición de Europa; sin su opinión, Trump no cerrará ningún acuerdo con Putin sobre Ucrania, algo que la parte rusa entiende bien. Con Macron o Merz habrá que hablar de todos modos; quizá ahora existan algunas nuevas condiciones para ello.

Estrategia y táctica

Es evidente que la principal dirección estratégica de la UE (en alianza con el Reino Unido) hoy debe estar enfocada, ante todo, en lograr autonomía en materia de seguridad. Esto implica tanto la producción de armamento, como la preparación de ejércitos capaces de combatir y la creación de nuevos centros de mando, ya sea dentro de la OTAN o de forma paralela, pero al mismo tiempo mantener la estabilidad política y económica en Europa. Todo esto representa una tarea compleja, ya que los ciudadanos europeos desean continuar con una vida pacífica, disfrutando de numerosas garantías sociales y sin renunciar a su estilo de vida habitual.

Se puede suponer que, como recurso táctico, los europeos han optado por una línea de constante mitigación de contradicciones con EE.UU. para ganar tiempo.

En esta línea hay que ceder y soportar pérdidas de imagen, pero quizá la historia confirme la validez de este enfoque. Más aún, la posición de Europa como casi última guardiana de los valores del derecho internacional no está tan obsoleta como podría parecer a los partidarios de métodos de fuerza. En el mundo actual, no todos comparten las tácticas de Trump o Putin. Por ejemplo, en los países del Sur global, nadie ataca a nadie, y el principal problema reconocido es el desarrollo. Lo mismo puede decirse de muchos países de África o del Sudeste Asiático; cada uno, por supuesto, con sus preocupaciones, pero el mercado de la UE es atractivo para todos, al igual que jugar según las reglas en defensa de los intereses nacionales. A largo plazo, el tono sosegado de los europeos y su fidelidad a los principios del derecho internacional (si logran conservar estas cualidades) podrían merecer amplio reconocimiento.

Foto grupal de participantes en la cumbre de la OTAN 2025. La Haya, Países Bajos, 25 de junio de 2025. Foto: Ministerie van Buitenlandse Zaken / Bart Maat / CC BY-SA 4.0

No obstante, todos estos rodeos de los líderes europeos en torno a Trump, cualesquiera que sean sus justificaciones tácticas, generan inquietud por dos razones. Primero, en un momento dado, la sucesión de maniobras hábiles debe dar paso a una posición firme y principista; de lo contrario, el hábito de maniobrar solo afianzará la habilidad para tejer intrigas, pero no acercará al logro de objetivos estratégicos. Segundo, no hay que olvidar a los electores europeos, que no quieren profundizar en las sutilezas de la comunicación con el presidente estadounidense, pero esperan eficacia de sus propios políticos. Cuando se habla del aumento de la influencia de los populistas en Europa, una de las causas principales se atribuye a la falta de disposición de la clase política europea para tomar decisiones complejas, su inclinación a los compromisos y vacilaciones, la fascinación por movimientos tácticos en detrimento de la firmeza estratégica. Los electores decepcionados pueden entonces llamar a gobernar a nuevas fuerzas que, a su vez, revisarán los programas europeos actuales en materia de seguridad. En ese caso, la astuta loa de Mark Rutte a Donald Trump quedará en la historia como un ejemplo de esfuerzos inútiles y sin gloria, que podrían haberse empleado mejor.

En la foto principal: Donald Trump conversa con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, en la cumbre de La Haya, 25 de junio de 2025. Fuente: Ministerie van Buitenlandse Zaken / Bart Maat / CC BY-SA 4.0

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